Tengo un amigo desde la infancia, se llama Izan. Después de la clases Izan y yo habíamos quedado para ir a su casa a jugar un poco a las cartas. Él vive a 10 minutos de mi casa.
Izan es algo grueso, de piel muy blanca y ojos muy azules. Yo también estoy algo gordo, eso nos hizo inseparables, a los que se burlaban de nosotros en el colegio.
Siempre que llegábamos a su casa, nos metíamos en su cuarto y lo primero que hacíamos era descalzarnos. Me encantaba ver los dedos pequeñitos de Izan. Él me decía que los tocara, pero me daba vergüenza, aunque siempre notaba que él ponía cualquier excusa para tocar los míos.
(No sé si era por tocarlos, o únicamente era ilusión mía por las ganas que tenía de tocar sus pies.)
Estaba haciendo mucho frío ese día, en eso que levanté mis piernas para enrollarlas y así sentir algo de calor, cuando en eso Izan agarró mis pies con sus manos y me tiró un poco hacia él.
-Déjame calentártelos-me dijo.
Me gustaba mucho cuando él me los sobaba y me daba pequeños masajes, cuando de repente me preguntó:
-¿Te enfadarías si te los chupo?
Yo me sorprendí y le dije que no me enfadaría.
No sé de donde saqué el valor, que le pregunté a su vez:
-¿Puedo tocar los tuyos también?
El me sonrió y los levantó poniéndolos en mis piernas.
Estaba admirando los pies más bonitos que jamás había visto.
Seguimos lamiéndonos los pies, el uno al otro, le chupaba los deditos uno por uno, mientras miraba la cara de placer que estaba sintiendo Izan.