Desnuda, expuesta en esa de madera maciza que tenemos en el salón, nuestra compañera de juegos, plató improvisado de incontables juegos. Con mis ojos cerrados, como zorra que soy, estoy segura de que es una imagen apetecible para cualquiera, para quien pueda imaginarla.
En ella, me han quitado montones de vestidos, todos los tangas de mi cajón, sobre ella, me han vestido con cuerdas, introducido esos tangas en mi boca, ahogando los gemidos, está mesa es puro sexo, y me encanta.
Si abro bien los ojos, puedo ver las marcas que dejo la argolla de mi collar de cuero en otras ocasiones.
Puedo oler el vino derramado, el sexo, mi sudor, puedo ver, si me esfuerzo, las pequeñas manchas, los cercos, de las perlas de oro líquido que brotaron de mi coño y se alojaron en ella. Está mesa huele a sexo, y me encanta.
Millones de imágenes, he posado boca arriba, mordiéndome mis labios, mientras sus dedos buscaba en el interior de mi sexo, boca abajo, con mis pezones haciendo de frenos sobre ella, ante las embestidas de sus manos en mi culo, acelerando.
Arrodillada, con las manos en mi espalda, el sujetando mi cadena con una mano y con la otra agarrando mi melena, con mi boca llena del sabor de su polla.
Está mesa es testigo de las guerras que libro, cómplice de ellas.
Pienso en mí cuerpo tumbado sobre ella, acaricia mi culo, suave...